La erupción del volcán de Cabeza de Vaca, en la isla canaria de La Palma, ha puesto en circulación una serie de palabras de la jerga de los vulcanólogos. Muchos son desconocidos para los no especialistas, y otros son segundas o terceras acepciones de términos más comunes, como el caso de caldera o ceniza, que no significan lo mismo en el ámbito de las erupciones volcánicas que cuando se utilizan en otras áreas. Estos son algunos de los conceptos más relevantes para entender lo que está pasando en La Palma.
Fragmentos de roca, en estado líquido o semilíquido, expulsados durante una erupción. En su trayectoria se va enfriando y, según su tamaño pueden ser proyectados a kilómetros de distancia. Sus dimensiones dependen de factores como el material fundido o el tipo de erupción. Algunas, como la famosa bomba de Lanzarote, son tan grandes como un camión.
Caldera
Una gran depresión de origen volcánico. Frente a la imagen convencional de los volcanes cónicos, aquí se trata de un cráter de grandes dimensiones (los hay con un diámetro de más de 50 kilómetros, como la de La Pacana, en Chile). Se generan por erupciones que provocan el colapso de la capa superficial o, incluso del volcán preexistente. En España, la más famosa es la que da nombre al parque nacional de la Caldera de Taburiente, en La Palma.
Ceniza
Junto a las bombas y los lapilli (ver más abajo), forma el material magmático en estado sólido expulsado por vía aérea durante una erupción volcánica. Se trata de partículas muy finas de roca pulverizada con un diámetro de menos de dos milímetros. Son el mayor peligro de los volcanes a escala global, ya que pueden ser transportadas a grandes distancias por la circulación atmosférica. La erupción del Eyjafjallajökull, por ejemplo, provocó el colapso aéreo en buena parte del hemisferio norte durante días. La del Pinatubo (Filipinas) en 1991 emitió tantas cenizas que provocó un enfriamiento global de 0,3º. Y la del Tambora (Indonesia) en 1815 hizo que no hubiera verano aquel año.
Colada
El elemento más característico de las erupciones no explosivas, como la de La Palma. Se trata de un manto de lava que brota del volcán y, como los ríos, fluye tierra abajo buscando su llegada al mar. Puede ser como un gran río o segregarse en varias mangas, como en la isla canaria, donde ya hay tres lenguas diferentes.
Erupción, tipos
Existen distintos tipos de volcanes y de erupciones volcánicas. La mayoría deben su nombre a algún volcán o ámbito geográfico específico. La protagonista del imaginario colectivo es la estromboliana, que debe su nombre al volcán italiano Stromboli. La erupción es permanente, de lavas fluidas y salpicada de brotes explosivos. Otra de las más habituales es la hawaiana, relativamente poco conflictiva y protagonizada por grandes cantidades de lava muy fluida que muere en el mar. Otro tipo es el vesubiano, que debe su nombre al volcán homónimo. Está entre las más explosivas, debido a la acumulación de grandes cantidades de gases. Los habitantes de Pompeya y Herculano murieron por una de estas erupciones. La erupción peleana, con lavas viscosas de lento desplazamiento, es, junto a la estromboliana, la que mejor encaja con lo que está sucediendo en La Palma. La krakatoana, por el Krakatoa, se reserva para las erupciones con grado de cataclismo. La pliniana es una erupción explosiva que arroja gran cantidad de material. Están entre las más fuertes y deben su nombre a Plinio el Viejo, que murió por una de ellas, la del Vesubio del 79 DC.
Índice de explosividad volcánica
Es la medida estándar que usan los científicos para establecer la magnitud de una erupción volcánica. La escala es relativa y su valor se determina con base en el volumen de los productos expulsados, la altura que alcanza la nube eruptiva y el tipo erupción. Parte de un valor 0, propio de las erupciones efusivas hawaianas y llega hasta un valor 8, para erupciones ultraplinianas que expulsan más de 1.000 kilómetros cúbicos de materiales. Son catastróficas, como la de Yellowstone. Por fortuna se producen cada muchos miles de años.