Para el avezado agente Marc Polymeropoulos, aquel viaje a Moscú resultaba, en principio, una cosa bastante trivial. Llevaba 26 años en la CIA, tenía la espalda curtida en Oriente Medio y Afganistán, le habían disparado más de una vez. En diciembre de 2017, como mando reciente de las operaciones clandestinas de la agencia en Europa y Rusia, visitaba la capital del viejo enemigo de la Guerra Fría, pero a cara descubierta, con el fin de reunirse con sus contrapartes rusos y conocer mejor el lugar, sabiéndose vigilado en todo momento.