El punto de inflexión llegó en otoño del año pasado, cuando Santiago Nieto vio cortadas en seco sus ambiciones políticas. El presidente respondió con un rotundo ‘no’ a su aspiración de convertirse en el candidato de Morena a gobernador en Querétaro, pero las tensiones en todo caso venían de más atrás. El mediático papel que fue ganando desde su llegada en 2018 a la poderosa Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), con sonados golpes a la corrupción y el lavado de dinero, desde el caso Odebrecht al cerco a los carteles del narcotráfico, despertó pronto recelos tanto dentro del Gabinete y como de otros altos funcionarios. Un protagonismo que lo aupó a postularse no solo a la pelea por una gubernatura, también sonó para tomar el mando de la Secretaría de Seguridad e incluso para la terna de las presidenciales.
Pero se encontró con un muro insalvable: la negativa de Andrés Manuel López Obrador. Consciente de que había perdido el favor presidencial, y según fuentes de Morena, comenzó a tejer una red de influencia dentro de las instituciones proponiendo a gobernadores y alcaldes que le dieran entrada en sus filas a nombres de su equipo de más confianza, buscando un colchón en caso de que vinieran mal dadas. Un movimiento que enrareció aún más el ambiente y que, a la postre, tampoco ha servido de mucho.