Bajo un manto de luces y aparataje quirúrgico, un enjambre de enfermeras, auxiliares y médicos se apelotona alrededor de una paciente que yace, ya anestesiada, sobre la camilla del último quirófano del pasillo de cirugía del Hospital Clínic de Barcelona. Apenas pasan unos minutos de las 9 de la mañana cuando el doctor Antonio de Lacy, jefe de cirugía gastrointestinal del centro, toma asiento a los pies de la paciente e introduce los brazos laparoscópicos en el ano de la enferma para ascender por el recto en busca de células cancerígenas invisibles al ojo humano. A su lado, otro equipo quirúrgico hace lo propio a través del abdomen. A la paciente le habían sacado un pólipo nocivo de la última parte del intestino grueso y toca extirpar el recto y sus ganglios para eliminar cualquier célula maligna latente. Por delante, poco más de dos horas de intervención donde dos equipos de cirujanos trabajan a la vez desde dos frentes diferentes para atajar, de forma precoz, un cáncer en ciernes. La técnica, de nombre Cecil y desarrollada por el propio Lacy, facilita una mejor resección de la zona afectada, reduce el riesgo de reaparición del tumor y evita colocar la bolsa de heces permanente al paciente.